De vez en cuando, un tío como éstos, un poco más mayor, un poco más gordito, podría visitar el karaoke en una de esas noches de verano. Normalmente se ha tomado ya un par de birras, y está sentado en alguna mesa sin destacar demasiado, mientras que un tren de mujeres entradas en la treintena cantan algo de Shania Twain o Journey con diferentes niveles de éxito, consiguiendo rascar aplausos porque eh, pechotes.
Y en un momento le llaman por su nombre. Puede ser ‘Ed’, o ‘Jim’. Avanza unos pasos hacia el micrófono, ve el cartelito de ‘No subir bebida al escenario’, así que devuelve su cerveza a la mesa. Finalmente, llega al escenario, mirando el suelo dócilmente.
Se hace silencio en el local mientras el resto de la clientela se fija en él. Hay un cierto murmullo, la ocasional risilla. Este hombre regordete, con su gorra gastada y su camisa azul descolorido, parece estar en una situación que le viene grande mientras los primeros acordes empiezan a sonar.
Y entonces, de la nada, las primeras notas surgen de su voz. Los primeros compases son tímidos, pero dura sólo un instante. La segunda estrofa es pura y cristalina. La audiencia enmudece con aprobación. La interpretación es sorprendentemente similar al artista orginal, incluso con sus propios toques de personalidad. Durante la última estrofa, el local estalla en aplausos. El hombre devuelve el micrófono, y de camino a su sitio recibe saludos, aprobaciones, y palmadas en el hombro. Termina su bebida con gesto confidente, deja una propina y se marcha con una sonrisa.
Rara vez volvemos a ver al mismo hombre, pero su espíritu vive en los que ocupan su lugar de tanto en tanto, recordándonos tan sutilmente que en lo que respecta a voces, la belleza realmente se lleva dentro.
Comentario de Youtube que merece la pena ser leído, aunque cueste creerlo
Bellísimo relato, me ha trasportado a aquellos fantásticos momentos del Mail Coach en Magalluf. Sniff!!