La consagración de la borrachera
‘Macrobotellona’. Seis mil jóvenes, aproximadamente, colapsaron las inmediaciones de la Facultad de Farmacia en una gigantesca ‘botellona’ para celebrar la inminencia de la primavera y el final de los exámenes del parcial invernal
Un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno, son como polvo en el camino, no son nada. No se merecen quienes organizaron la macrobotellona de ayer en Reina Mercedes para celebrar no se sabe muy bien si la llegada de la primavera o el final de los exámenes que su órdago lleve en el arranque los versos de José Agustín Goytisolo. Pero expresan muy bien la dimensión de la movida. La movilización. El espacio delimitado entre Reina Mercedes y la avenida de la Raza era un bosque de cuerpos fumando, bebiendo, riendo. Cuando se reconocían en la turbamulta se daban abrazos tontos de esos que se dan los futbolistas cuando meten un gol.
Un hombre, una botella. Y una mujer, faltaría más. Todos europedos en la antevíspera del referendum continental. Es agradable oír a una chiquilla por el móvil hablarle de «tus muertos» al interlocutor. De uno en uno parecían inofensivos, pero el run-run de la masa cobraba proporciones intimidatorias. Volaban cascos de cerveza, voluntarios se izaban a lo alto de las farolas para proclamar la conquista de la Felicidad y del Aprobado General. Que generalmente no se concede.
Algunos vecinos asomados a los pisos de Reina Mercedes, el campus de la Universidad más científica, estaban viendo en directo una mezcla de Crónicas Marcianas, Gran Hermano y Los chicos del Preu. Junto al restaurante chino Confucio, ilustre pensador, cinco jóvenes se retaban en plan jacarandoso en un pulso de atrevimiento para mear en la vía pública. Una chica que esperaba el 34 en la parada les afeaba su conducta. Lo más inteligente que le respondieron fue un eructo.
Dos jóvenes barrenderos porfiaban entre los restos de la batalla. Sirenas de ambulancias. El desmayo francés. La vomitona cuántica. La resaca tridimensional. Una alumna de autoescuela se encontraba en el paso de cebra una prueba para fittipaldis: peatones zigzagueando, cada uno con su vaso o botella ante la perplejidad permisiva, qué iban a hacer, de los jóvenes miembros de la policía local. Pírrica dotación. Litrona, botellona. Estos aumentativos que hicieron el pásalo –pasalo en versión Bilardo dado el analfabetismo que los móviles tienen de tildes y matildes– aspiran a convertirse en los Amigos del Guinnes. Cinco siglos de historia y un día de borrachera. Te llamo Trigo por no llamarte Maese Rodrigo.
El campus se iba convirtiendo en muladar, en vertedero. Un joven estrenaba la camisa nueva con una lámpara de don Simón. Tinto de verano para la fiesta de la primavera. Qué van a dejar para los idus de marzo y los malos presagios del Hamlet. Unas estudiantes se jaleaban por las Chuches. El sabor a porro se metía por los intersticios de la bulla. Abrazos y más abrazos, como si no se hubieran abrazado nunca. La sublimación del Recreo. La calle no es de Fraga ni de nadie, es de ellos y ellas: no se puede avanzar un palmo. El vicerrector de la Universidad dice que hay pocos policías y expresa su temor de que esto se convierta en una rutina de todos los jueves. El cambio climático. Como en Doñana no va a quedar ni el lince ni el apuntador, a beberse el mundo antes de que se seque.
Las señoras de edad provecta que paseaban bajo los soportales contemplaban la escena con naturalidad para no ser tachadas de beatas o retrógradas. El teatro se veía estupendamente desde los autobuses urbanos. Directo directo. ¡Dios mío! ¿Qué dan? Lo que les den. El día más largo. Hoy hay reválida de resaca en muchas aulas. Ayer marcaron su territorio. Empezaron con un móvil, un mensaje con faltas de ortografía. Y el referéndum salió por mayoría absoluta. Los estudiantes coronaban a Pepe Botella, rey de las Escocias.